Los intelectuales, políticos,
periodistas y expertos europeos, aquellos que aparentan estar curtidos en los
valores europeos, preocupados por los Derechos Humanos en otras partes del mundo, que condenan cualquier manifestación
de racismo, nacionalismo o autoritarismo; son criminalmente indiferentes a lo
que está sucediendo en Europa. La película del documentalista francés Paul Moreira
ha dejado clara la posición del pueblo. Una convicción inmediata del autor del
documental por el hecho de expresar que lo que sucede en Ucrania no es similar
a lo que se cuenta en Europa, ha causado que se convierta en el “propagandista
del Kremlin”, acusado de incompetencia profesional y de pereza intelectual.
Si estuviéramos hablando de una
envidia hacia sus otros colegas, más exitosos en captar la atención del gran
público nos sería de gran dificultad inferir la moral de los periodistas.
También da la idea de un simplificado esquema de la relación de este perseguido
e incorruptible periodista en comparación con sus corruptos colegas de
profesión. El hecho de que los colegas de P. Moreira no se molesten en revisar
y calificar cuidadosamente la película, sino que se dediquen a atacar
incansablemente al autor nos permite trazar una idea general de la degradación
moral de la profesión en estos momentos. Como refutación a las posiciones del
documentalista P. Moreira se utilizan argumentos de dudosa calidad como que hay
necesidad de diferenciar entre liberales y nazis o que las víctimas de la
nefanda masacre de Odessa “se quemaron solas” según las recientes
investigaciones de las fuerzas de seguridad de Ucrania. Esto da a entender que
los críticos de Paul Moreira se sientan en los acogedores cafés y oficinas de
Kiev todo el día o que, por otro lado, comparten las visiones políticas de los
ucranianos a favor de la integración europea, que dicho sea de paso, NO admiten
disidencia política (Véanse las recientes desapariciones forzadas y las
ejecuciones relacionadas con la actividad de paramilitares neonazis de Sector
de Derechas) y cuyo único objeto real no es otro que imponer de ideología
estatal un nacionalismo radical y agresivo. La posición moral de los críticos
del director francés está por encima del bien y del mal, como el retorno de los
tiempos de la barbarie en el país. Para las personas que hoy se llaman a sí
mismos periodistas profesionales los políticos opositores al régimen de Kiev
son hoy criminales, terroristas potenciales y separatistas. Si los colegas
periodistas de Paul Moreira aparentaron no ser capaces de analizar
adecuadamente la situación actual, al menos podríamos esperar para una visión a
posteriori más realista. Pero tampoco hay que ilusionarse pues usaron “mapas
cognitivos”, por así decirlo anticuados. La constante recurrencia de los
periodistas liberales a la supuesta “conspiración rusa” deja claro y meridiano,
por un lado el profesionalismo de estos periodistas y, por otro, las visiones
geopolíticas de los bolsillos que les pagan. Sea lo que sea que sucede en
Ucrania: crisis financiera y económica, conflictos interétnicos entre
nacionalistas ucranianos y persona que no comparten ese sentir nacional en
Donbass y otras partes del país o el aumento de la violencia política de
paramilitares nacionalistas radicales en las calles de Ucrania para estos
periodistas es culpa de los rusos que dañan y sabotean la economía, causan la
violencia o animan al separatismo, destruyendo así el sueño europeo de
“libertad y progreso” que será la Ucrania de la UE.
El periodista Paul Moreira,
guiado siempre por la ética y la deontología profesionales, hace un diagnóstico
cuidadoso del estado de la sociedad ucraniana: locura colectiva, xenofobia,
señalamientos a supuestos “enemigos” internos y externos, los despidos masivos
y la crisis económica por la inestabilidad política. Estos acontecimientos son
negados o ignorados, en el mejor de los casos, de forma cerril; así surge una
paradoja: otorgar muestras de solidaridad con el pueblo ucraniano e ignorar a
aquellos damnificados por la política del régimen actual.
Las sagaces críticas del
periodista se adhieren al añejo y abstracto conflicto entre los “europeos”
(colectivo a favor de la integración ucraniana en la UE y tratada en artículos
anteriores de esta misma autora – Nota del Traductor) y los “moscovitas” (los
que rechazan este proyecto de integración, la contraparte de los anteriores –
Nota del Traductor). La incapacidad de los periodistas occidentales de entender
esta situación tan trágica de “complaciente” división en la sociedad ucraniana
entre unos “nativos” dignos de todo lo mejor y otros “extranjeros” causantes de
todos los males por su oposición política y sus sentimientos nacionales,
considerados indignos de ser calificados personas civilizadas.
La muestra del criticismo,
entonces, es que Paul Moreira es un “propagandista pro-kremlim de Rusia”. La
visión de Ucrania promovida por espectadores críticos de P. Moreira de un
pueblo sufridor con confianza en el futuro europeo. En realidad, se le niega al
pueblo ucraniano el derecho de imponer su soberanía y de completar sus
objetivos. Renace una caracterización casi enfermiza de los enemigos del
régimen de Kiev a los que se les atribuye características diabólicas exclusivas
para ellos, la “conspiración rusa-comunista-judía-criminal. Es más, el clamor
de que Ucrania hace suyos los ideales liberales como un todo distorsiona la
visión de los periodistas ostensiblemente “objetivos”, lo que hace que no
perciban que en este “liberalismo” se concentra la rusofobia, lo que hace que
no sea de izquierdas. Uno puede engañarse a sí mismo y a su audiencia con
argumentos como el imperialismo ruso, las amenazas del régimen de Putin a la
soberanía ucraniana que es parte integrante ahora del “civilizado mundo
europeo”. Sin embargo, no se puede inspirar fe en la audiencia en base al pacto
histórico entre los campeones occidentales de la libertad y la solidaridad
europea y el “pueblo ucraniano elegido”.
Podemos llegar a la conclusión de
que los críticos de Paul Moreira mostraron un sorprendente ejemplo de pereza
intelectual y de irresponsabilidad profesional, cuando se atreven a aseverar
que la sociedad ucraniana “ha dado un importante paso en el sendero de la
democracia y la prosperidad”. La ironía de esta silenciosa transacción es que
los periodistas están listos para reconocer la intolerancia hacia la disidencia
política en Ucrania a cambio del derecho de mostrar desacuerdo con la política
de ultra-liberalismo en Europa. La formulación de su posición se convierte en
una señal clara de una moderna élite intelectual en estado de máximo confort y narcisismo
mientras que la mayoría de los europeos tiene que soportar las consecuencias de
las políticas imprudentes y dependientes de los grandes poderes fácticos, ya
sea la deuda, la crisis o la inmigración masiva.
Alena Ageeva,
coordinadora del equipo de acción social creativa “South East Star”.
Traducido por Jesús
Adrián Martínez (@FullChus), militante de UJCE.